Calibrando el nivel de riesgo ante la incertidumbre

Cuando una entidad financiera o un sujeto obligado a la prevención de lavado de dinero tiene la necesidad de hacer una matriz de riesgos, basada en una metodología determinada, es necesario prever cuáles son los riesgos a los cuales se podría enfrentar. El ajuste de cualquier matriz de riesgos está directamente relacionado con los riesgos contemplados en su elaboración y que por ende forman parte medular de dicha matriz. Pero ¿qué pasa con los riesgos emergentes que surgen a lo largo del tiempo, de tal manera que impactan la operación sin haberse previsto? ¿Cómo prever en una metodología lo que resulta imprevisible? ¿Cómo ajustar la metodología?

Un ejemplo claro de un riesgo emergente es el fenómeno del COVID-19 y los escenarios que surgieron tras las operaciones que realizamos todos. No solamente los sujetos obligados o encargados de prevenir el lavado de activos, sino incluso aquellos que no lo están. Para todos, el cambio en nuestras actividades ha implicado riesgos nuevos e imprevistos. El COVID-19 transformó nuestras vidas, pero también la forma de prever, planear y reaccionar frente a los riesgos. Hoy se presentan innumerables casos de personas que ahora compran lo que antes no compraban, y lo hacen en línea. Además, ahora usan tarjetas de crédito que antes no lo hacían, e incluso, han habido cambios en sus perfiles transaccionales. Con la llegada del COVID-19, los hábitos de los clientes también parecen haber cambiado. Un ejemplo claro es el de una persona que guardaba dinero en sus cuentas, pero que también solía ir al banco a retirar esos ahorros para tener consigo «dinero en efectivo». También hay gente que tenía un nivel de apalancamiento (i. e. deuda) acostumbrado, pero con la llegada del efecto pandémico, se ha incrementado su capacidad de endeudarse o de pedir crédito. De igual manera se ha incrementado su nivel de captación o de ahorro. Por un lado, están las personas que gastan y deben más, y por el otro quienes prefieren tener liquidez con sus ahorros. ¿Qué se debe hacer ante estos cambios? ¿Ajustar las metodologías y prever los riesgos emergentes? ¿Puede el cliente tener riesgos de fraude o incluso tener flujos ilícitos en sus cuentas a raíz del COVID-19? ¿Está susceptible el cliente a ser defraudado o que alguien deposite dinero o fluyan capitales dudosos en sus cuentas mediante la adquisición de materiales, vacunas, respiradores o incluso geles antibacteriales?

Metodología basada en riesgos

Los riesgos emergentes son muy importantes. Su calibre o medición puede ser muy amplia en su espectro, pero normalmente no sabemos medirlos ante escenarios de incertidumbre. De lo que no hay duda es que un riesgo emergente podría cambiar absolutamente una metodología. En principio, cambia la forma como se observa a los clientes, lo que a su vez puede cambiar las herramientas necesarias y los especialistas requeridos para poder observarlos. Una entidad protegida es una entidad que sabe modificar sus riesgos dinámicamente al detectarlos y mitigarlos. Esto se trata de una tarea diaria.

Un ejemplo claro de un riesgo emergente es el fenómeno del COVID-19 y los escenarios que surgieron tras las operaciones que realizamos todos

Uno de los cambios más importantes que se debe tener en cuenta en una metodología basada en riesgos es el contemplar, como lo señala el Grupo Acción Financiera Internacional (GAFI) a través de su «guía para un enfoque basado en riesgo», emitida en octubre de 2014 y en consonancia con la Recomendación 1 y 10, los cambios no solamente en el tipo de clientes o usuarios sino también en los canales de pago y las formas de flujo de los capitales que tienen a través de sus cuentas, las zonas geográficas donde operan, los países donde eventualmente hacen sus operaciones y por supuesto; no olvidar el tipo de productos o servicios que utilizan.

La calibración de una matriz requiere el ponderar los riesgos inherentes que puede tener un cliente, derivado de estos los siguientes cuatro factores elementales:

  • Canales de pago de distribución
  • Zonas geográficas
  • Tipo de cliente (con las muchas variantes que puede tener)
  • Tipo de servicios y productos que utiliza

Sin embargo, esos riesgos inherentes deben ajustarse a los tiempos en contexto o del entorno. En pocas palabras, el contexto donde se da un análisis de riesgos requiere analizar si no se están generando emergencias o, mejor dicho, riesgos emergentes que no estaban incluidos en la planeación original. En algunos segmentos operativos del régimen de prevención puede verse claramente esos riesgos emergentes.

Riesgos emergentes

Piense en los diferentes sectores como las notarías, las joyerías, los anticuarios; sectores que tras la pandemia han disminuido el ritmo operativo. Con menos flujo y por ende menos clientes. Los que eventualmente siguen operando ahora lo hacen de manera diferente. Por supuesto, eso cambia la metodología de evaluación de riesgos y exige un ajuste de inmediato. Si pensamos en el sistema financiero, en el sector de los seguros, por ejemplo, se ha dado un repunte importante de pólizas de vida, de pagos de pólizas ante los decesos de emergencias y servicios que ofrecen estos sectores que hasta hace un par de años resultaban remotos o inimaginables.

Otro sector en donde se han visto cambios es el del factoraje. Se trata de un sector que hace frente a deudas ante la falta de cumplimiento del deudor principal por pagarle al acreedor y, por ende, se ha despuntado el universo de casos donde se subrogan acreedores a través del factoraje.

En el sector del arrendamiento financiero ha pasado lo propio. El auge en ciertos instrumentos no es casual, obedece a las necesidades empresariales, fiscales e incluso personales de los clientes; no obstante, esto significa una oportunidad, pero también significa riesgos. De ahí la importancia de vislumbrarlos. No solamente estamos frente a riesgos que surgen en las cuentas de ahorro sino también en las tarjetas de crédito y en cualquier tipo de producto que implique la derivación de la capacidad de captación y de la posibilidad de financiamiento.

Conclusión

Hay que hacerse una pregunta crucial; si no estábamos preparados para la contingencia del COVID-19 y aun así se logró adaptar la operación en las oficinas, en las casas, en las escuelas y demás, ¿qué tanto habría que cambiar en una metodología de riesgos para poder adecuarla óptimamente a una institución que tiene un régimen preventivo obligatorio? Quizás propio de un nuevo trabajo de análisis y un ensayo específico, pero, ¿podría la nueva regulación en EE.UU. orillar a modificar y adecuar el marco jurídico de los países latinoamericanos? ¿Y si se adelantara ponderando no solamente los riesgos emergentes sino las regulaciones que podrían impactar en un futuro cercano?

Las siguientes recomendaciones, que hoy resultan oportunas e incluso necesarias, precisan que los diferentes países de la región mantengan una comunicación más activa y detallada (entre autoridades y entre los sectores privados) a la luz de los riesgos y amenazas que se vislumbran. Así como en la medida en que pueden fortalecerse entre sí las relaciones, por ejemplo, de corresponsalías bancarias.

La segunda recomendación es mejorar el intercambio de información entre los sectores o instituciones de un país para homologar el entendimiento del riesgo, evitando con ello, una interpretación aislada de un factor que afecta y amenaza, muy probablemente a todos y del cual, se debe concebir de manera integral.

Sandro García-Rojas Castillo, CAMS, vicepresidente de supervisión de procesos preventivos, Comisión Nacional Bancaria y de Valores Ciudad de México, México

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